Lo cierto es que tenía
pensado escribir otra entrada antes que esta, contando algunas visitillas que
hicimos a otros barrios o al lago Kipopo que tenemos muy cerca de casa. Mi idea
era dejarla lista antes de marcharme al campamento, pero la escasa luz que
tuvimos esos días me lo impidió, y ahora recién llegada, lo que más me apetece
contaros es esta experiencia… así que dejaré lo otro para más adelante.
Como ya os mencioné
en una entrada, estábamos colaborando con la parroquia de Ste Elisabeth
(próxima a nuestra casa) yendo algunas mañanas con los niños a jugar y por las
tardes con los jóvenes con clases de inglés, bueno, esa era la idea inicial
pero acabamos haciendo un remix de lenguas (francés, inglés, español y
swahili). Con los niños y niñas con los que íbamos a pasar una semana eran la mayoría los mismos con los que
jugábamos por las mañanas, así que algunas caras nos serían conocidas.
La preparación de la
mochila para esa semana, a simple vista parece una tarea sencilla pero en
realidad no lo era tanto. Algo de ropa, cazadora de abrigo para las noches,
calzado cerrado y alto por si nos encontrábamos con serpientes, tapones para
los oídos evitando que nos entraran bichos o escucháramos ruidos sospechosos,
muchos medicamentos para lo que surgiera (gracias a mi amiga Rosa que tan bien
me lo organizó todo), linternas para los momentos en que no tuviéramos luz,
mucho relec para evitar picaduras de mosquitos, toallitas húmedas por si las
necesitábamos para asearnos, papel higiénico por si en el baño no lo teníamos
(reconozco que esto no se nos ocurriría nunca si no llegar ser por el consejo
de una Sierva, qué buen consejo!) y algunas galletitas por si la comida que nos
encontrábamos no era la adecuada, aunque ya nos adelantaran que nos tendrían
menú especial y agua embotellada para nosotras procurando evitar diarreas u
otras enfermedades. En otra bolsa, no nos podíamos olvidar de llevar sábanas y
manta, porque aunque allí las tendríamos nos lo recomendaron desde la parroquia
por no garantizar una limpieza adecuada a nosotras. Además de un cojincito para
la cabeza por si la almohada decidíamos no utilizarla. Os he de decir, que
siempre suelo ir muy cargada de viaje porque nunca sabes que puedas necesitar,
en este caso, iba cargadísima y no precisamente de ropa para cambiar de
modelito.
Listas con todos los
imprescindibles, nos fuimos para la parroquia, desde allí empezaríamos otra
aventura que esperábamos con ilusión.
Al campamento íbamos un total de 210 niños
y niñas más 40 adultos, así que subir mochilas (nunca viera un autobús con
vaca) y colocarnos a todos fue una tarea que duró un par de horas.
El
campamento se realizó en un seminario que estaba a unos 15 km de Lubumbashi, un recorrido que
nos llevó casi una hora de viaje en el que pudimos apreciar unos paisajes que
hasta ahora no viéramos por estar siempre en la ciudad, construcciones de casas
diferentes, la atenta mirada de los congoleños que como no era de extrañar nos
miraban con curiosidad y también algún que otro golpe con la cabeza contra el
techo del coche por los caminos tan irregulares por los que pasábamos.
Si
cuando os hablé de los dubais os comenté que conducían por la derecha, ahora os
diré que por los caminos no se conduce ni por la derecha ni por la izquierda,
se trata de esquivar los agujeros que te encuentres de la mejor forma posible y
apartarte un poco en caso de que aparezca otro coche, o bien pitar para que las
personas que van andando o aquellos que van en bicicletas cargados de carbón o leña,
se aparten para dejarnos vía libre a nosotros. Empiezo a dudar si sabré
conducir como una persona civilizada a mí vuelta a España después de que la
conducción que aquí existe la empiezo a ver como lo normal.
Llegamos al
seminario, y como no podía ser de otra forma los monitores (jóvenes voluntarios
de la parroquia) nos recibían a ritmo de tambores cantando y bailando donde
rápidamente todos los niños se juntaron para animarse a la fiesta.
Si
colocarlos a todos en el autobús duró un par de horas, para colocarlos en las
habitaciones no sería de otra forma. Las habitaciones son dos pabellones
grandes llenos de camas, colchones y mosquiteras, donde dormirían las niñas y
monitoras por un lado, y los monitores y niños del otro lado del seminario. Al lado de cada uno de los pabellones se
encuentran los baños (algunos con taza de wáter y los otros con agujero en el
suelo) y alguna ducha cerrada donde se meterían los más mayores con el cubo
para bañarse solos, pues a las pequeños eran las monitores quienes se encargarían
de lavarlos.
Al
aprobar el examen de etapa, en España sería selectividad,
lo celebran echando
polvos de talco
Una vez que todos
estaban colocando sus pertenencias cerca de su colchón, nos acomodaron a
nosotras en habitaciones individuales. Aquí anochece a las 18h, y ya eran casi
las 19h así que nos encontramos analizando nuestras habitaciones en plena
noche. Se trataban de habitaciones con techos muy altos, con un lavabo, cama
con mosquitera, una mesa, armario y silla. Las habitaciones estaban bien, pero
entre que de noche todo se ve peor y ese espacio tan vacio donde me podría
encontrar cualquier cosa… le comente a mi compañera si no le importaba
compartir habitación que me quedaría mucho más tranquila, y así hicimos.
Hablamos para que nos juntaran dos camas en una misma habitación, y empezó otra
aventura, nos tocaba investigar cada rincón. El lavabo no lo miramos mucho, se
utilizó sobre todo para comer galletas encima de él para que no cayeran migas
en el suelo que animara a roedores a venir a comerlas. Los colchones eran de
espuma, con algunos trozos que les faltaban, apartando con mucho cuidado las
mosquiteras (que tenían algunos mosquitos bien pegados en ellas) dejamos las
sabanas o mantas que tenían para poner por encima las nuestras. En cuanto a las
almohadas, qué bien hicimos en llevar cojín pues no había almohada. Pronto nos
dimos cuenta del motivo por el cual no las había, la cama te succionaba como si
de un agujero negro se tratara dejándote encajonada e impidiéndote cualquier
movimiento, por tanto era algo totalmente innecesario. A continuación
exploramos el armario, empezando por la patada infalible como demostración científica
de la existencia de algún ser animado dentro de él, por suerte no escuchamos ningún
movimiento así que nos aventuramos a abrir las puertas para garantizar que no había
ninguna sorpresa desagradable.
Una vez finalizado, pasamos a la exhaustiva búsqueda
por debajo de las camas y armario, esta investigación la repetimos diariamente
cada vez que entrabamos en la habitación. Empleábamos una linterna alargada que
trajo Josefina que se asemeja a la espada de la guerra de las galaxias, la movíamos
para todos los lados observando cada rincón
con su haz de luz interestelar. Una vez que acabamos, decidimos dejar todas
nuestras pertenencias encima de la mesa o de la silla, algo que no dejamos de
hacer ningún día, ni a las noches cuando nos quitábamos el calzado lo dejábamos
en el suelo mientras dormíamos para evitar sorpresas mañaneras.
Empezamos con el
campamento con una cena típica congoleña, lo primero que vimos fue el bukari
que no faltó ningún día, aunque nos sorprendió que muchos niños prefirieran el
arroz. El comedor, otro pabellón enorme lleno de sillas y mesas para todos los niños,
donde era muy difícil pasar entre los estrechos pasillos que quedaban libres
para servirlos. La edad de acampados oscilaba entre los 5 y los 16 años, aunque
predominaban los pequeños. Es increíble ver como todos comen el pescado lleno
de espinas y con qué cuidado las apartan sin ninguna dificultad, me recordó a
mis momentos trabajando en el comedor del colegio y todas las complicaciones
que surgían los días de pescado.
Paso 1
Bukari: agua caliente y harina de manioca, remover hasta que este con buen
espesor
Paso 2
Bukari: Hacer bolas con paleta estilo de las de los helados en España
Paso 3
Bukari: Bolas hechas y a comerlas haciendo bolas mas pequeñas
con los dedos acompañando
la comida
Recipientes donde se guardaba la comida para servirla
Cocina
campamento
El padre Toussaint,
sacerdote de la parroquia y organizador de todo el campamento, se encargaba de
cada detalle que pudiera surgir. Los monitores son los jóvenes de la parroquia
que tienen entre 18- 20 años, y cada uno de ellos se encargaba de un grupo de
10-15 niños para los momentos de juegos (predominando los juegos de bailes) y a
mayores cada uno tenía su función: encargados de habitaciones, de disciplina,
de materiales, del dinero del campamento, de los momentos de liturgia, de
cocina… de forma que cada noche teníamos la evaluación después de nuestra cena donde cada uno hablaba
de lo que le correspondiera.
Algunos de
los monitores del campamento
La dinámica del
campamento consistía en: la misa por la mañana o por la tarde dependiendo de
las actividades, juegos por grupos, torneo de futbol, momento de bricolaje,
teatro relacionado con los 10 mandamientos, velada con hoguera, películas y
salidas. Todos estaban muy bien organizados, por grupos se turnaban para fregar
la loza de las comidas o preparar las mesas, del coro de la misa, del teatro…
rotando todos los días los grupos para que todos participaran en todas las
actividades. Los monitores se levantaban todos los días a las 5 am para
preparar fuego para calentar el agua, de forma que a partir de las 7 am
levantaban a los niños y empezaban a lavarlos.
Nos
vamos de excursión 250 entre un camión y un autobús, realizando varios viajes
Nuestra actividad
durante toda esta semana fue variada, lavamos a algunas niñas la primera mañana,
ayudamos preparando los desayunos, sirviendo las distintas comidas, intentando
participar en algún baile, preparamos un PowerPoint sobre la semana del
campamento para explicarles como se utilizaba ese programa a niños y monitores,
les enseñamos a las cocineras a hacer una tortilla de patatas, tarea complicada
pues tuvimos que sujetar la sartén en el aire durante todo el proceso porque el
lugar del carbón era mucho más grande, y sobre todo acercarnos al cariño de
todos los del campamento. Los monitores con sus bromas continuas, preguntándonos
palabras en español, intentando conocer nuestra cultura. Las niñas asombradas
sobre todo con nuestro pelo, aunque la imagen que tenemos de las congoleñas son
sus largas trenzas, en realidad tienen un pelo que no les crece mucho y que si
quieren tenerlo largo necesitan poner extensiones con trenzas o pelucas. No
paraban de preguntarme si me cortaba el pelo, cuando les contestaba que si me
miraban con ojos como platos incrédulas, para ellas era impensable el que lo pudiera
cortar teniendo la suerte de tenerlo largo pues a ellas eso no les pasa.
Tengo muchos buenos
momentos de esta semana, pero me quedo con tres especiales: el primero, a los
pocos días del campamento como una de las mas pequeñas me vino a pedir que la acompañara
al baño que tenía miedo, los abrazos de amor de algunas que mas cariño me
transmitieron y como me sorprendían con esas muestras cuando menos me las
esperaba, y sobre todo el domingo cuando llegamos a la parroquia de regreso,
como una me vino a dar un fuerte abrazo y me pregunto si la echaría de menos
porque ella a mí sí. Ha sido otra experiencia muy bonita, por los momentos de
risas que os podréis imaginar que pasé con mi compañera (tenemos muchas anécdotas
para contar), por el cariño que recibimos y por vivir un poco de forma congoleña
para acercarnos más a esta realidad tan distinta a la nuestra.
Foto de todo
el grupo
La cuenta atrás ya ha
empezado…
Adriana